España - Cantabria
Festival de SantanderFavorite desfavorecida
Roberto Blanco
Nadia Krasteva en el papel de Leonor de Guzmán llamó más la atención por su interpretación convulsa y sobreactuada que por el dominio de una voz, ligeramente ácida en el agudo y de graves apagados, aunque cierto es que tuvo que llevar el peso de sus dúos con Bros. En la piel de Alphonse XI, Roberto Frontali afrontó un papel que requiere lirismo, extensión en el agudo y flexibilidad con corrección y solvencia, enfrentándose a la voz oscura de un Scandiuzzi (Balthazar) siempre amenazador. En los papeles secundarios merecen mención especial una impecable Marta Ubieta (Inés) cuyo bello timbre y técnica segura nos ofreció notables messe di voce, y Jon Plazaola, un seguro y brillante Don Gaspar.
Es difícil hoy en día no encontrar extremadamente anticuado un libreto tan circunstancial y retocado y de temática tan superada, que gira en torno a la concepción del honor, como el de esta ópera de Donizetti. Pero no busquemos en la puesta en escena de Hugo de Ana una clave de lectura más moderna. Fiel a su trayectoria y a sus credos estéticos (recordemos sus Sonnambula y Tosca de 2007 en este mismo escenario), de Ana diseña una escenografía y un vestuario acorde al tiempo y lugar donde se desarrolla la acción, con un enorme crucifijo que gravita sobre el centro del escenario durante los tres primeros actos para bajar a las tablas en el último, recordándonos la constante vigilancia y presión de lo religioso sobre la esfera política y lo puramente humano.
Repite también el regista el recurso a la gasa delante del escenario, el elemento físico donde no dejan de proyectarse imágenes, ya sean de castillos y patios palaciegos de arquitecturas varias, o de fluidos tornasolados que evolucionan lentamente y que difuminan y velan lo que ocurre en escena, y que lejos de aportar agilidad o viveza, acaban produciendo en el espectador honda sensación de fatiga visual.
Mención aparte merece la coreografía del ballet del segundo acto: Tras el pas à trío, el pas à six y el finale, enmudece la orquesta mientras los danzantes se aplican a una especie de gimnasia oriental que acaba resolviéndose en cuadro flamenco jaleado por palmas, olés y bullicio.
La mayor satisfacción de la velada la aportó la interpretación musical. La Orquesta de la Ópera Nacional de Lituania dirigida por Roberto Rizzi Brignoli estuvo, desde la obertura, concentrada, lírica e inspirada, con una sección de viento en perfecto equilibrio sonoro con la cuerda, ofreciendo una lectura brillante de la partitura donizettiana.
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