Austria

‘Egli piange… ei forse amò’

Jorge Binaghi
viernes, 10 de enero de 2025
Passerini dirige 'I Puritani' © 2025 by Kreativ Kartell / Tiroler Festpiele Erl Passerini dirige 'I Puritani' © 2025 by Kreativ Kartell / Tiroler Festpiele Erl
Erl, sábado, 4 de enero de 2025. Festpielshaus. I Puritani (París, Théâtre des Italiens, 25 de enero de 1835),libreto de Carlo Pepoli, música de V. Bellini. Versión de concierto. Intérpretes: Lisette Oropesa (Elvira), Levy Sekgapane (Arturo), Mattia Olivieri (Riccardo), Giorgi Manoshvili (Giorgio), Emilia Rukavina (Enriqueta), y otros. Coro (maestra de coro: Olga Yanum) y Orquesta del Festival del Tirol. Dirección de orquesta: Lorenzo Passerini
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El libreto de esta ópera, su problema mayor, junto a momentos poco inteligibles, ripios poéticos y etc. tiene algunos aciertos, que, sobre todo en los pasajes líricos, dan a Bellini oportunidad para explayarse. La frase que se lee en el título puede ser un buen epígrafe de esta ópera en particular y de toda su escasa producción. Esa profunda melancolía que transforma en pura belleza un dolor punzante (‘le melodie lunghe lunghe’ que alababa Verdi, quien ciertamente lo tuvo presente) es el puntal más firme para asegurar la vigencia de esta ópera, sin descartar momentos más ‘marciales’.

En este Festival del Tirol austríaco, que desde hace años viene creciendo, con dos encuentros anuales (verano-invierno) y bajo la nueva dirección de Jonas Kaufmann, la ópera italiana parece asentarse y junto a una Bohème escenificada y una gala lírica presenta por primera vez aquí este título.

De los cuatro protagonistas anunciados en su momento sólo quedó, por distintos motivos, el barítono. El primero en caer fue el bajo, luego la soprano, luego el tenor, luego la sustituta de la soprano, que a su vez tuvo dos sustituciones distintas y de altísimo nivel. Así que, aunque no resultó algo perfecto (con esta obra, como con Bellini en general, es difícil que suceda incluso sin situaciones complicadas), fue una representación distinguida con dos interpretaciones formidables.

La orquesta y el coro del Festival tienen desde hace tiempo fama por su excelente nivel y aquí lo demostraron (el nuevo y moderno auditorio, de excelente acústica, es una buena caja de resonancia en la que algunas voces me parecieron más grandes que otras veces).

Tal vez la batuta de Lorenzo Passerini, un joven director del que había oído hablar muy bien, tenga que asentarse o le vaya mejor dirigir en el foso y no en el escenario. Allí, en aras de aplaudir a solistas y coro y orquesta cada vez que terminaba un número, hizo perder la continuidad, y aunque la gestualidad es algo bastante natural en un director y cuentan los resultados más que los diversos grados de efusividad, tengo que reconocer que a mí me distraen formas enfáticas de dirigir, incluso a los solistas en sus arias. Por lo demás, pareció más cerca del primer Verdi que de Bellini, y los momentos más dinámicos se acercaron a niveles peligrosos de decibelios (por suerte la proyección de casi todas las voces era buena).

Hay que nombrar en primer lugar a la protagonista. A Oropesa yo la he valorado siempre más en ópera francesa que en el repertorio italiano. Pero esta vez, quizá con menos sobreagudos y messe di voce que su antecesora (Jessica Pratt), resultó una Elvira totalmente convincente por canto, estilo y técnica, con más cuerpo que una líricoligera y por tanto sin temor a un momento tan ‘preverdiano’ como el gran concertante del final del primer acto. Pero si hay que destacar un momento fue su gran escena del acto segundo ‘O rendetemi la speme…Qui la voce sua soave’ rematada por la espectacular cabaletta ‘Vien diletto’. Dotó a la parte de gran expresividad y en este momento, como en algún otro, prescindió de la partitura y se movió con naturalidad.

Y ahora voy a citar a Balzac. No se asombren, El gran novelista acudía a los espectáculos líricos en París y fue testigo del estreno absoluto de I Puritani. Se quedó muy impresionado por los cantantes (Grisi, Rubini, Tamburini y Lablache, el cuarteto mágico), y el recuerdo fue tan fuerte que aún insiste a la misma corresponsal en 1843 (ocho años más tarde): “Rubini es la perfección, la perfección desesperante (…), pero es preciso que esa perfección se vea replicada por la de un Tamburini que, créame Usted, no por tener menos reputación es un artista menos grande que Rubini.” (Cito por el extracto que figura en el libro Vincenzo Bellini, de Pierre Brunet, Fayard, 1981, pág.316).

No sé qué habría pensado Balzac de Mattia Olivieri, pero la sensación que él describe es exactamente la que tuvimos muchos (a juzgar por las ovaciones) al escuchar su interpretación de Riccardo. No hablo sólo de extensión, color, brillo, homogeneidad, técnica, estilo que lució en su aria y cabaletta de salida (‘Or dove fuggo io mai…Ah, per sempre io ti perdei…Bel sogno beato’, donde varió de forma ejemplar), ni en el gran dúo con el bajo (‘Il rival salvar tu déi’) coronado por la brillante y patriótica ‘Suoni la tromba’ (que el autor sabiamente eliminó en las representaciones italianas), que aquí produjo las dos veces un tumulto que acabó en bis (seguramente facilitado por los agudos finales de ambos intérpretes). Hablo de esas frases ‘sin interés’ o ‘sin peligro vocal’ que pronuncia en su entrada en el segundo acto o en lo poco que tiene para decir en el tercero: la autoridad del fraseo y la pertinencia fueron totales como si estuviéramos en presencia de un texto teatral importante (que no lo es, pero lo parecía).

Muy cerca de ellos estuvo Giorgi Manoshvili, veintinueve añitos, probablemente la voz más caudalosa de todas, lozana, bella, excelente italiano, buen fraseo. El problema para mí -y recuerdo que ya me ocurrió en su actuación, también buena por otra parte, en el último festival de Pesaro en Bianca e Faliero de Rossin- es que aunque se lo presenta como bajobarítono se trata de un barítono, quizás un tanto oscuro y mate, pero no sólo la diferencia con Olivieri era mínima en el dúo citado, sino que en su aria anterior (la bellísima ‘Cinta di fiori’) lo único que no acabó de funcionar fueron los graves finales (en la ‘e’ de ‘morte’ y la ‘o’ de dolor).

Personas entendidas me dicen que puede aún desarrollar su registro y espero que así sea. Pero, con veinticuatro años, el polaco Pawel Horodyski, en un personaje comprimario como Valton, exhibió un óptimo color de bajo cantante y dejó con ganas de volverlo a oír en una parte más importante. También resultó interesante el timbre de la mezzo croata Emilia Rukavina en el corto pero nada desdeñable papel de Enriqueta de Inglaterra. Por el contrario no fue satisfactorio el Bruno del tenor inglés Peter Kirk.

¿Y el ‘Rubini’? El gran Alfredo Kraus decía que la noche anterior a cantar Arturo nunca estaba del todo tranquilo. Lo traigo a colación sólo para destacar lo difícil del papel. No sólo lo he visto a él, sino a otros, antes y después, y buenos. Me parecía interesante oír a René Barbera en la parte, pero no pudo ser. A Levy Sekgapane hay que agradecerle su disponibilidad ya que sin él nos hubiéramos quedado sin nada. Estuvo entre discreto y correcto, con voz pequeña, bastante cargada de vibratello, y de timbre seco, hasta su reaparición en el tercer acto, donde estuvo aceptable en la romanza inicial. En lo que siguió se defendió y es todo lo que puedo decir. 

El público los premió a todos con grandes ovaciones.

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