Austria
‘Egli piange… ei forse amò’
Jorge Binaghi
El libreto de esta ópera, su problema mayor, junto a
momentos poco inteligibles, ripios poéticos y etc. tiene algunos aciertos, que,
sobre todo en los pasajes líricos, dan a Bellini oportunidad para explayarse.
La frase que se lee en el título puede ser un buen epígrafe de esta ópera en
particular y de toda su escasa producción. Esa profunda melancolía que
transforma en pura belleza un dolor punzante (‘le melodie lunghe lunghe’ que
alababa Verdi, quien ciertamente lo tuvo presente) es el puntal más firme para
asegurar la vigencia de esta ópera, sin descartar momentos más ‘marciales’.
En este Festival del Tirol austríaco, que desde hace años
viene creciendo, con dos encuentros anuales (verano-invierno) y bajo la nueva
dirección de Jonas Kaufmann, la ópera italiana parece asentarse y junto a una Bohème escenificada y una gala lírica
presenta por primera vez aquí este título.
De los cuatro protagonistas anunciados en su momento sólo
quedó, por distintos motivos, el barítono. El primero en caer fue el bajo,
luego la soprano, luego el tenor, luego la sustituta de la soprano, que a su
vez tuvo dos sustituciones distintas y de altísimo nivel. Así que, aunque no
resultó algo perfecto (con esta obra, como con Bellini en general, es difícil
que suceda incluso sin situaciones complicadas), fue una representación
distinguida con dos interpretaciones formidables.
La orquesta y el coro del Festival tienen desde hace
tiempo fama por su excelente nivel y aquí lo demostraron (el nuevo y moderno
auditorio, de excelente acústica, es una buena caja de resonancia en la que
algunas voces me parecieron más grandes que otras veces).
Tal vez la batuta de Lorenzo Passerini, un joven director
del que había oído hablar muy bien, tenga que asentarse o le vaya mejor dirigir
en el foso y no en el escenario. Allí, en aras de aplaudir a solistas y coro y
orquesta cada vez que terminaba un número, hizo perder la continuidad, y aunque
la gestualidad es algo bastante natural en un director y cuentan los resultados
más que los diversos grados de efusividad, tengo que reconocer que a mí me
distraen formas enfáticas de dirigir, incluso a los solistas en sus arias. Por
lo demás, pareció más cerca del primer Verdi que de Bellini, y los momentos más
dinámicos se acercaron a niveles peligrosos de decibelios (por suerte la
proyección de casi todas las voces era buena).
Hay que nombrar en primer lugar a la protagonista. A
Oropesa yo la he valorado siempre más en ópera francesa que en el repertorio
italiano. Pero esta vez, quizá con menos sobreagudos y messe di voce que
su antecesora (Jessica Pratt), resultó una Elvira totalmente convincente por
canto, estilo y técnica, con más cuerpo que una líricoligera y por tanto sin
temor a un momento tan ‘preverdiano’ como el gran concertante del final del
primer acto. Pero si hay que destacar un momento fue su gran escena del acto
segundo ‘O rendetemi la speme…Qui la voce sua soave’ rematada por la
espectacular cabaletta ‘Vien diletto’. Dotó a la parte de gran expresividad y
en este momento, como en algún otro, prescindió de la partitura y se movió con
naturalidad.
Y ahora voy a citar a Balzac. No se asombren, El gran
novelista acudía a los espectáculos líricos en París y fue testigo del estreno
absoluto de I Puritani. Se quedó muy
impresionado por los cantantes (Grisi, Rubini, Tamburini y Lablache, el
cuarteto mágico), y el recuerdo fue tan fuerte que aún insiste a la misma
corresponsal en 1843 (ocho años más tarde): “Rubini es la perfección, la
perfección desesperante (…), pero es preciso que esa perfección se vea
replicada por la de un Tamburini que, créame Usted, no por tener menos
reputación es un artista menos grande que Rubini.” (Cito por el extracto que
figura en el libro Vincenzo Bellini,
de Pierre Brunet, Fayard, 1981, pág.316).
No sé qué habría pensado Balzac de Mattia Olivieri, pero
la sensación que él describe es exactamente la que tuvimos muchos (a juzgar por
las ovaciones) al escuchar su interpretación de Riccardo. No hablo sólo de
extensión, color, brillo, homogeneidad, técnica, estilo que lució en su aria y
cabaletta de salida (‘Or dove fuggo io mai…Ah, per sempre io ti perdei…Bel
sogno beato’, donde varió de forma ejemplar), ni en el gran dúo con el bajo
(‘Il rival salvar tu déi’) coronado por la brillante y patriótica ‘Suoni la
tromba’ (que el autor sabiamente eliminó en las representaciones italianas), que
aquí produjo las dos veces un tumulto que acabó en bis (seguramente facilitado
por los agudos finales de ambos intérpretes). Hablo de esas frases ‘sin
interés’ o ‘sin peligro vocal’ que pronuncia en su entrada en el segundo acto o
en lo poco que tiene para decir en el tercero: la autoridad del fraseo y la
pertinencia fueron totales como si estuviéramos en presencia de un texto
teatral importante (que no lo es, pero lo parecía).
Muy cerca de ellos estuvo Giorgi Manoshvili, veintinueve
añitos, probablemente la voz más caudalosa de todas, lozana, bella, excelente
italiano, buen fraseo. El problema para mí -y recuerdo que ya me ocurrió en su
actuación, también buena por otra parte, en el último festival de Pesaro en Bianca e Faliero de Rossin- es que
aunque se lo presenta como bajobarítono se trata de un barítono, quizás un
tanto oscuro y mate, pero no sólo la diferencia con Olivieri era mínima en el
dúo citado, sino que en su aria anterior (la bellísima ‘Cinta di fiori’) lo
único que no acabó de funcionar fueron los graves finales (en la ‘e’ de ‘morte’
y la ‘o’ de dolor).
Personas entendidas me dicen que puede aún desarrollar su
registro y espero que así sea. Pero, con veinticuatro años, el polaco Pawel
Horodyski, en un personaje comprimario como Valton, exhibió un óptimo color de
bajo cantante y dejó con ganas de volverlo a oír en una parte más importante.
También resultó interesante el timbre de la mezzo croata Emilia Rukavina en el
corto pero nada desdeñable papel de Enriqueta de Inglaterra. Por el contrario
no fue satisfactorio el Bruno del tenor inglés Peter Kirk.
¿Y el ‘Rubini’? El gran Alfredo Kraus decía que la noche anterior a cantar Arturo nunca estaba del todo tranquilo. Lo traigo a colación sólo para destacar lo difícil del papel. No sólo lo he visto a él, sino a otros, antes y después, y buenos. Me parecía interesante oír a René Barbera en la parte, pero no pudo ser. A Levy Sekgapane hay que agradecerle su disponibilidad ya que sin él nos hubiéramos quedado sin nada. Estuvo entre discreto y correcto, con voz pequeña, bastante cargada de vibratello, y de timbre seco, hasta su reaparición en el tercer acto, donde estuvo aceptable en la romanza inicial. En lo que siguió se defendió y es todo lo que puedo decir.
El público los premió a todos con grandes ovaciones.
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