Francia
Aix-en-ProvenceFinísima orfebrería
Jesús Aguado

En 1733, Voltaire y
Rameau decidieron colaborar creando una ópera. Voltaire había asistido al
estreno de Hippolyte et Aricie, la
primera tragédie lyrique de Rameau, y
pese a su reticencia inicial, llegó a la conclusión de que el compositor era el
adecuado para llevar a cabo la reforma de la ópera que llevaba tiempo
planteando. El resultado de la colaboración fue Samson, pero el libreto no pasó la censura por ser considerado
blasfemo. Voltaire, además, era por aquel entonces considerado bastante
sospechoso por sus ideas políticas, por lo que la empresa tenía de principio
pocos visos de llegar a buen puerto. El escritor rehizo el texto, pero la nueva
versión tampoco fue aprobada, con lo que la colaboración quedó relegada: Rameau
se negó a imprimir la música para poder utilizar fragmentos en óperas
posteriores. Sí se conserva el libreto de Voltaire, que se difundió con
bastante éxito.
Con todos estos ingredientes, Raphaël Pichon y Claus Guth se han lanzado a un proyecto de reactualización, que no de reconstrucción, ya que tal cosa hubiera sido imposible. Han intentado revivir el espíritu de la ópera más que su literalidad, lo que estaba fuera de la cuestión. Lo que han hecho es crear una dramaturgia nueva que recrea la historia bíblica de Sansón sacada del Libro de los Jueces, y adapta fragmentos del texto de Voltaire a extractos de diversas óperas de Rameau que coincidieran en carácter con esos textos, un trabajo de auténtica filigrana musical. No se puede afirmar, por lo tanto, que lo que se representa en el Festival d’Aix-en-Provence de este verano sea realmente una ópera de Rameau como tal, sino, como reza el programa, una creación libre de Guth y Pichon sobre esa ópera perdida.
La historia que nos cuenta esta creación es la de Sansón tal y como se cuenta en el Libro de los Jueces, de hecho varios versículos del libro se proyectan en la pantalla de los subtítulos para complementar los textos cantados. El argumento está transportado al presente, y lo que vemos es un edificio que ha sufrido una brutal destrucción al que llega la madre de Sansón, una mujer de edad que no comprende lo que hizo su hijo, pues según esa historia actualizada, Sansón se inmoló junto a los filisteos que lo tenían cautivo perpetrando un ataque suicida. La mujer es incluso incapaz de pronunciar el nombre de su hijo, y en su proceso de intentar comprender lo que pasó comienza a recordar la historia de ese niño que le llegó enviado por el cielo con su fuerza sobrehumana que lo hacía invencible, pero también intratable.
Los judíos estaban esclavizados por los filisteos, y Sansón se alza como una fuerza de resistencia frente al cruel enemigo. Su resistencia es frenada cuando se enamora de Timna, una muchacha filistea con la que intenta un enlace que lo sea también de sus dos pueblos. Pero, cuando parecen a punto de conseguirlo, y judíos y filisteos están danzando juntos, Achisch, el líder filisteo ofende a Sansón y la reacción de este es tan brutal que imposibilita cualquier cohabitación.
Tras un período de retiro en que Sansón vive en el desierto, solo, vuelve a ganar confianza y a liderar la lucha contra los filisteos, que le atacan con una nueva arma: Dalila. A partir de aquí todos conocemos la historia, aunque se le añade el detalle de que Dalila, tras la traición y el desprecio de los filisteos, se suicida. En una fiesta en la que los filisteos le humillan y se burlan de él, Sansón suplica a su dios que le devuelva las fuerzas, y comete la masacre.
La propuesta escénica de Guth, de gran complejidad técnica, funciona a la perfección. Lo que vemos es siempre el escenario tras la masacre, pero por él van desfilando, como sombras que la madre recuerda, todos los personajes, y mediante la iluminación y el uso del espacio, vemos entre los escombros al Sansón niño probar su fuerza, las luchas entre judíos y filisteos, magistralmente resueltas con el contraste de colores: judíos de blanco, filisteos de negro, y con la organización de coro y figurantes como masas casi homogéneas que se oponen sin remedio.
El espacio escénico queda prácticamente dividido: la parte izquierda, más diáfana, es la zona judía y la derecha, con una escalinata y una puerta, la filistea. Los movimientos de masas se ven potenciados por la iluminación, las luchas son casi siempre a cámara lenta, y algunos momentos son realmente impactantes, como cuando vemos a Sansón cayendo a cámara muy, muy lenta, precipitándose al abismo, o el momento en que es apresado y cegado tras la traición de Dalila. Ocasionalmente, para marcar transiciones y también para ejercer un tanto de portales temporales, unas luces cruzan horizontal o verticalmente el escenario, como un escáner que abriera puertas entre épocas. Un trabajo magnífico, en resumen.
El trabajo musical también es estupendo. Rameau es un compositor espléndido, y lo que escuchamos aquí no deja de ser una especie de selección de 'mejores momentos', aunque la motivación a la hora de elegirlos no haya sido esa. La música es hermosa, por supuesto, y lo que más puede sorprender respecto a las óperas “verdaderas” de Rameau es la abundancia de fragmentos instrumentales, consecuencia lógica del proceso de creación del que ya hemos hablado (fragmentos que venían apoyados en los textos del Libro de los Jueces), y también de los coros, que vertebran en muchos momentos la narración. Además, como fondo sonoro de las intervenciones habladas de la madre de Sansón, interpretada por la actriz Andréa Ferréol, y en ocasiones como nexo de unión entre escenas, hay pequeños pasajes de percusiones y sonidos pregrabados.
Qué decir de la
puesta en práctica de ese puzzle musical. Raphaël Pichon al frente de su grupo
Pygmalion es un referente absoluto en este repertorio. Tras el agridulce sabor
que dejó su dirección de un soporífero Idomeneo mozartiano hace un par de
temporadas, ha vuelto por sus fueros con una sonoridad absolutamente orgánica:
afinación, empaste, equilibrio, adecuación a la dramaturgia. Todo fue una pura
fiesta sonora, la orquesta impecable y el coro simplemente inmejorable,
moviéndose por la escena o desde el foso. Un banquete para los oídos.
Jarrett Ott fue Sansón, casi una fuerza de la naturaleza por su entrega al personaje. Su voz es poderosa cuando debe y tierna cuando se necesita, y tan solo le faltó algo de volumen en el registro más grave, esos finales de frase en que la voz cae a la tónica resultaron varias veces inaudibles, pero la impresión general fue de grandísimo cantante y cosechó un enorme triunfo.
Jacquelyn Stucker ya había cautivado en su encarnación de la Poppea monteverdiana en una pasada edición del festival. Como Dalila estuvo inmensa, su timbre es bellísimo y es capaz de hacer que el tiempo se detenga en esos aires lentos de la escena de la seducción. Fabulosa. También hermosísimo timbre el de Lea Desandre en el papel de Timna, ese primer amor de Sansón. Delicadísima en su encarnación de ese desgraciado personaje, fácil el agudo, inacabable el fiato.
Nahuel di Pierro era el perfidísimo Achisch, líder filisteo que destila maldad en cada gesto. Su poderosa voz resultó perfecta para el personaje. El contratenor Laurence Kilsby fue Elon, un amigo de Sansón, que horrorizado por la violencia que despliega el héroe, se pasa al bando filisteo, y Julie Roset fue un ángel de voz verdaderamente angelical.
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